Ana tiene 22 años y está a punto de cumplir 23. Su historia está llena de desafíos, pero también de sueños y objetivos claros. Entre sus pasiones destaca el Boccia, un deporte que le permite desarrollarse, compartir y disfrutar.
“Mi discapacidad tiene origen desde mi nacimiento, porque nací muy pequeña. Desde entonces, tuve parálisis cerebral, lo que hizo que necesitara terapias para aprender a caminar y hablar cuando tenía entre 4 y 5 años. Aunque fue un proceso largo, mi familia siempre estuvo a mi lado. Mis padres me apoyaron desde el principio y me ayudaron a lograr cada pequeño paso que he dado”. Ana sonríe al recordar el orgullo de su familia cuando comenzó a utilizar una silla eléctrica, una herramienta que pidió durante mucho tiempo y que finalmente obtuvo hace dos años.
Una infancia marcada por el esfuerzo y la superación
La infancia de Ana estuvo dividida entre la Cruz Roja y el colegio Pío XII. “Lo que más me gustó de la Cruz Roja fue que me permitió hacer muchas cosas y me ayudó mucho a desarrollarme”, recuerda con cariño. Aunque admite que a veces hablaba muy bajito, lo que dificultaba relacionarse con sus compañeros, siempre encontró maneras de participar en las actividades escolares, como excursiones, visitas a parques y viajes de fin de curso a lugares como la Warner y Benidorm. “No hay nada que no haya hecho y que me hubiera gustado. Mi infancia fue igual que la de los demás”.
El apoyo incondicional de la familia
Ana describe su relación con su familia como buena y cercana. “Somos cuatro: mis padres, mi hermano y yo. Me llevo muy bien con mis padres; siempre están ahí para apoyarme y atender mis necesidades”. Sin embargo, señala que a veces siente que la sobreprotegen. “Me gustaría que me dieran más libertad para moverme sola por la calle”.
Aunque valora mucho el respaldo de su familia, reconoce que algunos miembros están más involucrados que otros. “Mi hermano tiene una hija pequeña, así que no lo veo tanto, pero siempre puedo contar con mis padres para todo”.
Sobre el futuro, Ana tiene un deseo claro: Sé que será más complicado para mí que para otros, sobre todo encontrar a esa persona con quien compartir mi vida, pero no dejo de soñarlo”.
Amistades que marcan una diferencia
Ana es una persona sociable. “Tengo un círculo de amistad amplio: Betty, Carlos, Juan Carlos, Patu, y muchos más. A Betty la conocí en la Cruz Roja, y aunque ahora vamos a sitios diferentes, seguimos en contacto por videollamada”. Su carácter extrovertido le permite conectar fácilmente con otros, y aunque algunas amistades se han distanciado con el tiempo, siempre valora las nuevas conexiones que hace, especialmente en las actividades que realiza.
El ocio y los sueños por cumplir
Ana disfruta de una rutina activa que incluye talleres, yoga y sesiones de Boccia. También forma parte de Contracorrent, un grupo de jóvenes en Benimaclet donde deciden qué actividades realizar los fines de semana, como paseos o bolos. Sin embargo, si pudiera elegir, una de sus actividades favoritas sería viajar a Madrid para ver un musical.
El viaje es otra de sus pasiones, aunque enfrenta algunas dificultades al hacerlo. “Los hoteles muchas veces no están adaptados, y el transporte también es un problema. Si nadie me ayuda, no puedo subir”. A pesar de estas barreras, Ana sigue soñando con recorrer nuevos destinos.
Mirando hacia el futuro
Ana tiene claro que quieres seguir estudiando. Aunque todavía no ha comenzado ese camino, se imagina ayudando a otros en el futuro y participando como voluntaria en campamentos.
Su mensaje final es sencillo pero poderoso: “Quiero que las personas vean que, aunque tengamos discapacidades, podemos lograr muchas cosas. Con apoyo, determinación y ganas, no hay sueño que quede fuera de nuestro alcance”.
Con cada paso que da, Ana demuestra que no hay barrera lo suficientemente alta como para frenar a quien tiene un espíritu fuerte y un corazón lleno de esperanza.